Aquí Nunca Pasó Nada: La Mentira que Oculta Dos Mil Asesinatos
Durante décadas se instaló en La Rioja un relato reconfortante y falso según el cual aquí no pasó nada durante la Guerra Civil. Era una provincia pequeña, sin grandes conflictos sociales, sin frente de batalla, sin las trincheras que marcaron otros territorios españoles. La guerra, según esta narrativa oficial, había pasado de largo por estas tierras dedicadas al vino y a la agricultura. Era una historia tranquilizadora que permitía mirar hacia adelante sin tener que hacer cuentas con el pasado. Pero era una mentira. Una mentira que ocultaba dos mil asesinatos, decenas de fosas comunes, años de represión sistemática contra cualquier persona sospechosa de ideas republicanas, socialistas, anarquistas o simplemente contrarias al golpe militar.
La verdad es muy diferente y mucho más oscura. En La Rioja se produjo una represión brutal y organizada que comenzó en los primeros días del golpe militar de julio de 1936 y que se prolongó durante años. No hubo combates porque la provincia cayó inmediatamente en manos de los sublevados, pero eso no significó paz sino terror. La ausencia de frente no implicó ausencia de víctimas, al contrario. Sin la confusión de los combates, sin la posibilidad de huir, sin zonas de refugio, los señalados fueron cayendo uno tras otro en una matanza planificada y ejecutada con frialdad burocrática. Maestros, sindicalistas, concejales republicanos, simples trabajadores que alguna vez habían manifestado ideas de izquierda, todos fueron pasando por las listas de los que debían ser eliminados.
Los Números de la Represión
Hablar de números siempre resulta frío cuando detrás de cada cifra hay un nombre, una vida truncada, una familia destrozada. Pero los números son necesarios para dimensionar la magnitud de lo ocurrido. En una provincia de apenas ciento cincuenta mil habitantes en 1936, dos mil personas fueron asesinadas sin juicio ni posibilidad de defensa. No murieron en combate, no hubo batallas donde pudieran caer en ambos bandos. Fueron sacados de sus casas, detenidos en la calle, señalados por vecinos o enemigos personales, y ejecutados en las cunetas de las carreteras, en los cementerios, en las tapias de los pueblos.
Dos mil personas representan más del uno por ciento de la población total de la provincia. Imaginen lo que significa eso en términos de impacto social. En cada pueblo, en cada barrio, todo el mundo conocía a alguien que había sido asesinado. El terror se instaló como forma de gobierno, el miedo paralizó cualquier intento de resistencia, el silencio se convirtió en estrategia de supervivencia. Y después, cuando acabó la guerra, ese silencio se institucionalizó. No se podía hablar de los muertos, no se podía llorarlos públicamente, no se podía investigar qué había pasado. Las familias guardaron el dolor durante décadas, transmitiéndolo de generación en generación como un secreto vergonzante que no podía ventilarse.
Las Fosas Comunes que Todavía Esperan
Muchos de esos dos mil asesinados siguen enterrados en fosas comunes dispersas por toda la provincia. Se conoce la ubicación de algunas, otras permanecen ocultas, algunas han sido localizadas recientemente gracias al trabajo de investigadores y asociaciones de memoria histórica. Hay fosas en cementerios, junto a carreteras, en descampados que ahora son zonas urbanizadas. Hay familiares que saben aproximadamente dónde está enterrado su abuelo o su tío pero que nunca han podido recuperar sus restos para darles un entierro digno. Esta situación es una herida abierta que no puede cerrarse mientras no se haga justicia con los muertos.
He dedicado años a elaborar mapas de estas fosas, a recopilar testimonios, a consultar archivos municipales y militares, a hablar con familiares de las víctimas. Es un trabajo duro y doloroso, pero absolutamente necesario. Cada fosa localizada, cada nombre recuperado, cada historia rescatada del olvido es un pequeño acto de justicia. No devuelve la vida a los muertos ni compensa el sufrimiento de sus familias, pero al menos les devuelve la dignidad que les fue arrebatada. Porque fueron enterrados como perros, sin ceremonia ni respeto, negándoles hasta en la muerte el reconocimiento de su humanidad. Lo mínimo que podemos hacer ahora es señalar dónde están, poner nombre a esos huesos anónimos, contar sus historias.
Los Nombres y las Historias
Detrás de cada nombre en las listas de represaliados hay una historia personal que merece ser contada. No fueron solo números en las estadísticas de la represión, fueron personas concretas con vidas, familias, sueños. Estaba el maestro que había alfabetizado a los hijos de los jornaleros y que por eso era visto como peligroso. Estaba el sindicalista que había organizado a los trabajadores del campo para reclamar salarios justos. Estaba el concejal socialista que había trabajado por mejorar las condiciones de vida de su pueblo. Estaba el simple trabajador que alguna vez había manifestado simpatías republicanas. Estaba incluso quien fue denunciado por rencillas personales que nada tenían que ver con la política pero que aprovecharon el clima de terror para saldar cuentas.
Muchas de estas historias las he ido reconstruyendo a partir de testimonios orales de familiares, de documentos de archivo, de expedientes judiciales cuando los había. Cada historia recuperada es un pequeño triunfo contra el olvido. Porque los verdugos quisieron que estas personas desaparecieran no solo físicamente sino también de la memoria colectiva. Querían que nadie recordara sus nombres, que nadie supiera qué les había pasado, que el miedo impidiera cualquier intento de mantener viva su memoria. Pero setenta, ochenta años después, aquí seguimos hablando de ellos, escribiendo sobre ellos, diciéndole al mundo que existieron y que lo que les hicieron fue un crimen que no puede quedar impune aunque hayan pasado las décadas.
La Organización de la Represión
La represión en La Rioja no fue caótica ni improvisada. Fue sistemática, organizada, planificada. Había listas de personas a eliminar que se elaboraban meticulosamente. Había bandos militares que ordenaban presentarse a determinadas personas. Había sistemas de delación que funcionaban con eficiencia burocrática. Había lugares específicos donde se llevaban a cabo las ejecuciones. Había formas establecidas de hacer desaparecer los cuerpos. Todo esto revela que no estamos hablando de excesos puntuales en tiempos de guerra sino de un plan deliberado de exterminio de cualquier persona considerada políticamente peligrosa.
Los responsables tenían nombres y apellidos. Militares que ordenaban las ejecuciones, falangistas que componían las cuadrillas de verdugos, guardias civiles que hacían las detenciones, vecinos que elaboraban las listas de sospechosos. Algunos de esos responsables siguieron viviendo tranquilamente después de la guerra, ocuparon cargos públicos, fueron respetados en sus comunidades, murieron en sus camas sin haber respondido nunca por sus crímenes. Esta impunidad es otra herida que permanece abierta, porque significa que nunca hubo justicia, que el mensaje implícito fue que se podía asesinar impunemente siempre que fuera en nombre de los vencedores.
El Silencio de la Transición
Cuando Franco murió y llegó la Transición democrática, hubo un pacto implícito de silencio sobre la Guerra Civil y la represión franquista. Se argumentó que era necesario mirar hacia adelante, no reabrir heridas, construir el futuro sin ajustar cuentas con el pasado. Este planteamiento tenía cierta lógica en aquel momento histórico concreto, cuando la democracia era frágil y había que consolidarla evitando conflictos que pudieran hacerla naufragar. Pero el problema es que ese silencio se eternizó, que se convirtió en olvido institucional, que se dejó morir a las víctimas y a sus familias sin ningún reconocimiento ni reparación.
Hubo una amnistía que benefició a todos, incluyendo a los responsables de crímenes que en cualquier democracia normal habrían sido juzgados. No se hizo ningún esfuerzo serio por recuperar la memoria de las víctimas, por localizar las fosas, por reconocer oficialmente lo ocurrido. Todo quedó en manos de iniciativas privadas, de asociaciones de memoria histórica que trabajaban con escasos recursos, de familiares que buscaban por su cuenta a sus muertos. El Estado se desentendió, las instituciones miraron hacia otro lado, se prefirió la comodidad del olvido a la incomodidad de la verdad. Y así hemos llegado hasta el siglo XXI sin haber hecho justicia con los muertos de la Guerra Civil y la dictadura.
La Ley de Memoria Histórica y Sus Limitaciones
En 2007 se aprobó en España la Ley de Memoria Histórica, que supuso un primer intento oficial de abordar este tema después de décadas de silencio. La ley reconocía a las víctimas, establecía ayudas para localizar y abrir fosas, retiraba símbolos franquistas del espacio público. Fue un paso adelante importante, aunque insuficiente. Las ayudas para abrir fosas eran limitadas, no había obligación de investigar los crímenes, seguía sin haber condenas para los responsables. Pero al menos se rompió el silencio oficial, se legitimó el trabajo de memoria, se reconoció que las víctimas del franquismo merecían justicia y dignidad.
En La Rioja, como en el resto de España, la aplicación de esta ley ha sido desigual. Se han abierto algunas fosas, se han identificado algunos restos, se han puesto placas conmemorativas en lugares de memoria. Pero queda muchísimo por hacer. Hay fosas que siguen sin abrir porque no hay recursos o porque hay resistencias locales. Hay documentos que permanecen clasificados en archivos militares. Hay historias que todavía no se han investigado. El trabajo de memoria histórica no es algo que se pueda dar por terminado con una ley, es un compromiso que debe mantenerse en el tiempo, que requiere voluntad política sostenida y recursos adecuados.
Por Qué Es Importante la Memoria
Hay quien argumenta que ya ha pasado demasiado tiempo, que no tiene sentido remover el pasado, que las nuevas generaciones no tienen culpa de lo que hicieron sus abuelos o bisabuelos. Son argumentos que suenan razonables en superficie pero que ignoran algo fundamental: no se trata de culpar a nadie sino de hacer justicia con las víctimas. Los muertos no descansan en paz mientras sigan enterrados como perros en fosas anónimas. Las familias no pueden cerrar sus duelos mientras no sepan dónde están enterrados sus seres queridos. La democracia no está completa mientras no haya reconocido oficialmente los crímenes cometidos en su contra.
Además, la memoria histórica no es solo una cuestión del pasado sino también del presente y del futuro. Conocer lo que pasó, entender cómo fue posible que ocurriera, reconocer a las víctimas y condenar a los verdugos, todo esto es esencial para que no vuelva a repetirse. La historia no se repite exactamente igual, pero los mecanismos que permiten que se cometan atrocidades masivas son siempre similares: la deshumanización del otro, la propaganda del odio, la impunidad de los ejecutores, el silencio de los testigos. Mantener viva la memoria de lo ocurrido es una forma de vacuna contra esos peligros que nunca desaparecen del todo.
El Trabajo Continúa
Mi trabajo sobre la represión en La Rioja continúa. Sigo consultando archivos, hablando con familiares, localizando fosas, actualizando las listas de víctimas. Es un trabajo sin fin porque siempre aparecen nuevos datos, nuevos testimonios, nuevos documentos. Cada vez que logro identificar a una víctima más, cada vez que puedo concretar la ubicación de una fosa, cada vez que consigo reconstruir una historia que parecía perdida, siento que he hecho algo que valía la pena. No es un trabajo agradable, te enfrenta constantemente con la crueldad humana y con el sufrimiento de las víctimas y sus familias. Pero es un trabajo necesario, alguien tiene que hacerlo.
En esta sección del sitio web iré compartiendo el material que voy recopilando. Listas actualizadas de víctimas, mapas de fosas, fotografías de archivo, documentos históricos, artículos de investigación, testimonios de familiares. Todo esto estará disponible para quien quiera consultarlo, investigadores, estudiantes, familiares de víctimas, cualquier persona interesada en conocer esta parte de nuestra historia. No es material fácil de digerir, pero es fundamental que esté accesible, que no se pierda, que pueda ser utilizado por futuras generaciones que quieran saber qué pasó aquí cuando se decía que no pasaba nada.
Un Compromiso con la Verdad
Este trabajo sobre la represión en La Rioja es mi forma de compromiso con la verdad y la justicia. No puedo devolver la vida a los muertos ni consolar plenamente a sus familias, pero sí puedo contribuir a que se conozca lo que pasó, a que los nombres no caigan en el olvido, a que las nuevas generaciones sepan que aquí sí pasó algo y que fue terrible. Es mi manera de resistir al olvido, de mantener viva una memoria que muchos quisieron borrar. Mientras quede alguien dispuesto a contar estas historias, mientras haya quien se niegue a aceptar el silencio cómplice, las víctimas no habrán muerto del todo. Sus nombres seguirán siendo pronunciados, sus historias seguirán siendo contadas, su memoria seguirá siendo una luz que ilumina nuestro presente y nos ayuda a construir un futuro donde estas atrocidades nunca vuelvan a repetirse.